5 de junio de 2013

CERVANTES Y SU IRONÍA







E pur si muove.
Galileo Galilei



Hace unos meses releí el librito de Rosa Rossi, Tras las huellas de Cervantes, perfil inédito del autor del Quijote. Este título y su autora levantaron la especie y el revuelo, a inicios del siglo XXI, con la supuesta homosexualidad de Miguel y otras patochadas poco importantes, al efecto de lo que importa de su ser y persona. Por cierto, ya muy manido todo eso. Sobre todo a cargo de don Fernando Arrabal, en su título: Un esclavo llamado Cervantes. Que no es otra cosa que su arte, su obra, lo que debe interesar de Cervantes. Si le gustaba el vino, las mujeres o el betis importa al efecto de alumbrar su obra. Nada más ni nada menos. Tal vez Cervantes tuvo una vivencia del sexo distinta  a las compartimentadas por el orden mental impuesto. No ya de su época, sino de toda época. Personalmente estimo que el sexo, como vivencia cultural, es diverso en cada persona. Que no existen compartimentos estancos ni cajones de sastres cerrados, aunque sé que esto que expongo irá a parar a uno de ellos. Por la jeta dura de la gente de orden y taxonomías cerradas, como cárceles mentales. No entienden que la libertad existe, y esa misma libertad les desasosiega, segando todo a su derredor. Sean de los cajones de sastres homoheteros o mediopensionistas, que es el cajón comodín, para casos que no cuadran en los otros dos. Despachando, con esta simpleza, algo muchísimo más profundo y serio. Pero es otro tema este y ya lo iré exponiendo despacito. Hablemos del estilo y condición de hacer Cervantes su obra. Sobre todo es importante su famosa ironía. Que es única en un escritor de tanta altura. Nada conocida ni aprendida, ni se sabe de sus consecuencias.
La ironía no es burla, debe ser sutil, sino desbarra en sarcasmo. Y es un delicado juego que consiste en decir y dar a entender, al inteligente o en complicidad, lo contrario de lo que se dice. De forma que a quien va dedicada se quede como mucho mosqueado. Pero jamás escarnecido. Antes seducido y embromado en la complicidad que ridiculizado. Y en la medida que ese juego sea más benévolo, la ironía precisa de mayor inteligencia. No todos la pillan ni todos saben hacerla.
La lectura o relectura, del texto de Rosa, fue densa y aprovechada. Y de mis notas e ideas estoy haciendo una larga reseña, que en su momento traeré.
Quiero, en esta entrada, hacer un planteamiento de cierta ocurrencia cervantina, bastante irónica, referida  a la condición de la mujer y del hombre. Nada usual y que determina bastante. Pues nada ha cambiado en todo eso, desde los tiempos de Cervantes.
Me hago una pregunta, que sé que es retórica, en este contexto cervantino. ¿Estaba la dama, doña Dulcinea, enamorada de don Quijote? La respuesta inmediata es no. Desde cualquier punto de vista que se tenga. No ya porque doña Dulcinea no existía, que esto es lo retorcido de la ironía cervantina, del ingenio supremo, sino porque ninguna dama puede, ni quiere, ni debe enamorarse de un tipo así como era o es o fue don Quijote. No está bien visto, no es práctico ni asegura nada. Además está chalao perdío, ha leído mucho, quiere arreglar el mundo, es verdadero, bueno, no tiene mal tipo y parece de buen semblante y lo mismo hasta juega bien el sexo y etc. Pero... Si uno examina a los grandes revolucionarios de la historia, verá que en eso todos han estado solitos y no amados. Don Ernesto Sábato me sonríe y me mueve la cabeza, desde el más allá, y desde el más acá escribió algo similar alguna vez.
El pobre don Quijote se inventa una enamorada de sí, de su entraña, de si magín, de su locura, en definitiva. Porque no la puede haber en otra parte. Imposible en la realidad suya, de fuera y del más allá. Ningún quijote es amado ni por burla. 
Cervantes que, como muestra la maestra del estudio mencionado, doña Rosa Rossi, al inicio, conocía muy bien la condición femenina, por el trato con sus sabias hermanas, muy especializadas en el chuleo, manejos y levantamientos de varones, por la cara, tiene su particular visión, que es certera en todo momento. Sobre la realidad social imperante del común de féminas. Y como es imposible una quijota, es imposible una enamorada de don Quijote. Al revés siempre ocurre. Es la realidad patente.
Sólo siglos después se descolgó otro con Madame Bobary. Pero la tal madame era un remedo quijotesco atabalao, cosilla en manos de chulos y putambreros varios. Tal vez muy amada de su legítimo esposo, que la hastiaba; pues ella ansiaba otras pompas indescifrables, inasibles, casquivanas y que estaban lejos de las elucubraciones quijotescas. Aquí don Clarín nos traza La Regenta, un magnífico prototipo de lo que tal vez sería una quijota. Un poco idiota o que se hace la que no sabe. Y comete el error de ver amor fuera de sí, confundiéndose con la Dulcinea del magistral, o queriéndole confundir al mismo magistral. Con lo que descubre, desnuda y al final, como un sapo le besa los labios. Que es como termina, literal, la novela.
Y ahora, señoras feministas, me linchan ustedes. Pero lo que es así lo es. Como dijo Galileo, atabalao por la brujas inquisitoriales de siempre, que haberlas haylas: E pur si muove...

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