4 de octubre de 2012

CARLOS EDMUNDO DE ORY




Del silencio viene todo.
Escribo del mundo de la nostalgia 

y de la lejanía, sobre este mundo 
que me horroriza, de pensamiento 
único, donde todas las ciudades 
son iguales, y de eso me alejo.



Carlos Edmundo de Ory siempre me ha parecido como el poeta que adora sus palabras, como si fueran o sean su única patria. Sabido es que casi toda su vida trascurrió fuera de la que le tocó por nacimiento, al uso. Su arte es pura palabra hecha maña y cincelada. Como si de madera se tratara, más que piedra o cristal o metal... Maderas del trópico o de bosques viejos de encinas o de olivos, incluso madera de boj y raíces. Sus poemas están grabados, escritos en madera. Cuando digo madera aludo al origen etimológico de su sentido profundo. La madera como materia de todo el mundo, del cosmos y de la misma idea y visión del cosmos. La palabra que crea y traba, clava y recrea el universo. Su poesía, la poesía de Carlos Edmundo de Ory es un canto derramado hacia el interior de cada cual, como vertida fuera para crear ese universo. No son cantiñas de molino al uso romanticoide o resultón de sentimientos u ocurrencias usuales de hoy, no. Son poemas tallados a mano en madera verde, que cuando se secan se retuercen, menguan, se deforman, conforman de otras maneras y organizan sus sentidos de otras situaciones, orquestadas por el modo y sistema con que el poeta los hizo tiernos y frescos.
Poco he hablado acá de otros poetas de nombradía en los Falsimedios y demás propagaciones. Sobre todo no hablo de poetas usuales. Bien de los encaramados por el poder diverso en la fama y abolengos. O bien de estos otros que me maravillan, me enseñan y que amo. Cuya obra conozco, como pilares básicos, primeros y necesarios para conocer este arte y poder así aportarle algo. En ello ando.
Uno de los libros mejores que quedan a uno suspendido en un alto entusiasmo, cuando los lee, fue uno de Carlos Edemundo de Ory, Melos Malancolía. Libro para releer del tirón o ponerlo, de cuando en vez, de cabecera para (h)ojearlo. De su primera lectura, hace pocos años, lo tengo lleno de notas, subrayados, dibujos, tachones... Despertó en mí el entusiasmo debido a todos aquellos que lo provocaron, de lectura memorable. Desde la temprana Iliada, el Ramayana, la Soledades de don Luis de Góngora, que es para mí patrón de todo, hasta Las Rubaiyatas de Horacio Martín, de Félix Grande y, si acaso, Los Perros Románticos, de Roberto Bolaño, o la poesía completa de José Emilio Pacheco, Tarde o Temprano (2010).
No me resisto a traer un poema de ese libro, Melos Melancolía. Un poema para este tiempo de desalmados y cretinos. Es del segundo apartado del libro, que se llama NABLA, que con esta palabra se designa un muy antiguo instrumento musical semejante a la lira, rectangular y de diez cuerdas de alambre, que se tocaba con las manos. 



DIBUJO DEL ALMA

Muchas veces solito en mi sofá
tiemblo lejos del mundo tiemblo al fondo
del zumbido del ser saboreándolo
muchas veces

Muchas veces me aúpo me evaporo
acariciando el pecho de la noche
y el algodón precioso de la nada
muchas veces

Muchas veces relincho cuando huelo
la naranja podrida del abismo
y ejercito mi olfato respirando
muchas veces

Muchas veces poseo el equilibrio
de mi cero infinito y mi ultratumba
me sacudo las hojas de mi frente
muchas veces

Muchas veces mis labios especiales
obraron filigranas y losanges
y he pintado el vacío de color
muchas veces


Carlos Edmundo de Ory
Melos Melancolía, 1999







NOTA
Así lo pintaron en ese servidor del Poder y el Capital, el Falsimedio llamado El País. No se puede ser más pretencioso y vil. 


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