19 de enero de 2009

VERDAD Y AUSTERIDAD DE UN GRIEGO

De cuando en vez me siento como obligado a traer alguna cosilla del maestro Miguel Espinosa por alguna entrada. Reproduzco esos tres textos para su disfrute. Del primero tengo que decir que influyó, necesariamente, en el hecho de que a partir de un tiempo determinado decidiese escribir todos mis poemas con minúsculas, convencido que así son más de este mundo, y menos del otro, o del Otro de Arriba. Y de que intencionadamente escribo palabras con mayúsculas cuando las refiero a la Jerarquía Excelsa de los Cielos y de Arriba, a los Empingorotados, a los que Mandan y todo eso. Es una muy magnífica declaración ácrata ese articulito que dirime lo que se llama austeridad... El tercer texto se me hace realidad y comprensible sólo con el recuerdo de la tierra murciana, la más griega tierra de toda la península, en el sentido que Miguel lo dice. Por lo menos siempre lo vi así, desde mi profundidad e interés por ella, por esa cierta forma de ser y estar en el mundo de no poca gente de por allá. Y sé lo que me digo, como Espinosa sabe lo que se dice diciéndose que no podía ser de otro lugar.
A Espinosa me hubiera gustado escucharlo. Sólo tengo esto.

Sobre la palabra Verdad

Mister Bertrand Russell se lamenta de que algunos escriban la palabra Verdad con mayúscula, propensión que incapacita, a su entender, para conocer la verdad. Si el vocablo Verdad pudiese ser figurado con minúscula, el concepto que representa se encontraría, ciertamente, en este mundo, relevando a un hecho que tal vez hubiese atrapado el mismo Bertrand Russell.

Cierto mandato de modestia, que por lo demás, se revela como el primero de los principios de toda ciencia, nos ordena escribir con minúscula el mayor número posible de palabras. Ciencia sin método no puede existir, y la esencia del método estriba en la modestia. ¡Figurémonos lo que sería la manifestación de un pensamiento donde todos los conceptos resultasen mayúsculos! Seguramente, la obra de un loco, una magia cabalística, o la exposición de motivos de un Hacedor megalómano.

Escribir los vocablos con letra mayúscula o minúscula no es, simplemente, una cuestión de buen gusto o de ortografía, sino problema de precisión y, por tanto, asunto filosófico. El concepto configurado con mayúscula se convierte en modelo, sustancia única, soberana y aislada. En medio de la frase, el vocablo así pergeñado resalta como el corazón de un solitario entre las cosas. Todas las palabras mayúsculas se crecen; el nombre común se transforma en propio; la cualidad, en calidad; y el adjetivo, en sustantivo. Cuando de tal forma se escribe, se manejan necesidades, no casualidades.

Por su propio engrandecimiento, el vocablo pergeñado con mayúscula se aleja del mundo, convirtiéndose en parábola, en techo, en límite, o, si se quiere, en espía de la realidad. Quizá le pareciera a mister Bertrand Russell que la palabra Verdad, así escrita, acechaba al mundo y a la propia obra del filósofo británico. En cierto sentido, no otra cosa ha realizado la metafísica: espiar y transformar el mundo en alegoría.

Es explicable que espíritus tan asentados, sobre la tierra como los hombres dedicados a las ciencias de la naturaleza, hayan sentido la incomodidad de ser espiados por la presencia de vocablos mayúsculos, cuya presencia ha de resultar típicamente extravagante para quienes manejan hechos y palabras que relevan hechos, ni más ni menos. La ciencia natural es enemiga de la alegoría.

Mientras la letra mayúscula aleja el vocablo del mundo, la minúscula le hace de este mundo, transformándolo en algo tangible, mensurable, racional, cotidiano y propio del hombre, lo cual es una forma de preñar los conceptos de parentesco. De linde a linde de la razón, todos los vocablos escritos con minúscula son primos hermanos, habitantes de la misma casa, cosillas determinadas, continuas y repetidas indefinidamente.

Poco habrá que argüir para demostrar que solamente a partir de la costumbre de figurar los conceptos con letra minúscula ha sido posible el crecimiento de la ciencia natural, si se entiende ésta como conjunto de proposiciones que dan cuenta de hechos por medio de un lenguaje donde el signo releva directamente a los elementos del hecho. Si la deducción pudo cimentarse alguna vez sobre conceptos escritos con mayúscula, la inducción jamás hase fundamentado sino en nombres comunes, en ideas referentes a cosas repetidas. Por lo demás, la seguridad de la ciencia natural se basa en la conciencia de manejar sucesos de este mundo.

A medida que un determinado saber o intuir, como por ejemplo, el saber lógico, fue elevándose a ciencia, figuró sus propios conceptos con letra minúscula, por causa misma de la familiarización. La aprehensión metódica y sistemática de una realidad, si quiera resulte meramente intelectual, habitúa a la conciencia con los elementos de la materialidad definida, transformándolos, ipso facto, en objetos de este mundo. Tal ocurre, incluso, con las idealidades más abstractas, que pergeñadas en sistema, hácense nombre común.

Si escribimos con letra mayúscula la palabra Verdad, alejaremos este concepto de la tierra, y, en consecuencia, haremos imposible su aprehensión. Concebida de esta manera, la Verdad se transformará, por un lado, en límite de una sucesión indefinida de preguntas y respuestas sobre nuestro propio mundo; y por otro, en la antinomia de cuanto sucede, es decir, en la Bondad y en la Belleza, que vienen a ser como el techo de nuestro sentires. Siendo así, resulta obvio que nadie, situado aquí abajo, pretenderá estar en posesión de la Verdad, sino, acaso, en algún punto de aquella sucesión cuyo límite es la Verdad mima.

Aunque el mandato de figurar los conceptos con letra minúscula sea un eminente principio de modestia, y, por tanto, el origen de todo método, arguye más modestia y mejor método pergeñar al palabra Verdad con mayúscula; y esto sucede porque, en relación con la Verdad, todo ha de ser excepción.

Alguien podrá aducir que, desde el punto de vista lógico, la verdad, así escrita con minúscula, es un hecho de este mundo, algo que se encuentra en las cosas, en el juicio o en la mecánica del lenguaje. Tal es la verdad del siguiente tipo de proposiciones: el sol aparece todos los días, los cuerpos caen, dos y dos son cuatro. Ahora bien, si analizamos profundamente tales enunciaciones, observaremos que nuestro lenguaje no dice, ni puede decir jamás, que su contenido sea verdad, sino, simplemente, que se da en el mundo, rebus sic stantibus.

Cuanto se da en el mundo, desde la materia a la razón, pasando por la vida y la historia, se llama realidad, no verdad. La Verdad se halla más alta que el mundo, y esto ha de valer, por lo menos, como principio metódico.


A qué se llama austeridad

El verdadero sentido de la palabra austeridad sólo se conoce cuando se enlaza con la modestia. Lo modesto es rehusar lo innecesario, desde el momen­to en que lo innecesario nada significa. Se es naturalmente modesto, mas no por renuncia, sino por predisposición, por ide­ales o por instinto. De tal forma se es igualmente austero; se rehúsa el lujo porque el lujo nada significa, pero no se renuncia al lujo. Sería absurdo que, en nom­bre de la austeridad, renunciara un mendigo al dinero, o un eunu­co a la aventura galante; o un resentido a la espontaneidad de la danza. En su verdadero sen­tido se llama, pues, austeridad a la modestia o predisposición a rehusar lo innecesario, y así es como generalmente hubieron de entenderlo los romanos, y como nunca lo entendieron los espa­ñoles.

Que los mendigos, que los asténicos o que los resentidos prediquen la austeridad es, pues, absurdo, como también lo es que la prediquen los polí­ticos, cuando el más alto grado de austeridad estriba, o debie­ra estribar, en rehusar el trato con el Estado.

1-11-57

¿Qué podía ser yo sino griego?

Todos los hombres han poseído un mundo propio, compuesto de un suelo de sucesos y un techo de creencias e ideales.

A muchos se les cayó y derrumbó ese mundo, tras nacer y vivir en él cierto tiempo, como sucedió a Edipo, cuando supo el secreto de su madre, a Orestes y a otros diversos griegos y bárbaros. Después de semejante catástrofe, tales individuos, náufragos en la contradicción planteada entre la necesidad de restaurar el orden perdido y la imposibilidad de hacerlo, no encontraban otra solución que la muerte o la locura, que son el perpetuo exilio de la patria querida.

Mas otros no tuvieron ocasión de conocer ni padecer ningún derrumbamiento del propio mundo, porque, por voluntad de un destino mil veces más riguroso, despertaron ya en el destierro, es decir, sobre un suelo de sucesos y un techo de creencias que nunca pudieron amar ni querer, valorar ni gozar. ¿Hay mayor y más desesperante desgracia?

Así ocurrió a mi persona, nacida en un ámbito extraño y ajeno a su naturaleza y sustancia, al instinto de su sangre y a las formas y figuras que sus ojos buscaban. Desde que vi la luz crecí y experimenté sensaciones, después de asustarme ante una pintura de aquel Ignacio de Loyola y temblar de pavor frente a los cuadros de El Greco, cuyos hidalgos encarnan el rencor hacia la varia riqueza y plenitud de la vida, nada contemplé que no me fuera dispar y produjera espanto o tristeza. La frase de Terencio hombre soy y nada humano considero extraño a mí, no valía para esta circunstancia.

En múltiples sitios y situaciones de ese ambiente, o cultura, puse la mirada, y en ningún jugar hallé tan siquiera un ascua de la verdad, la bondad y la belleza. Todas las instituciones y hombres se mostraban retorcidos, interesados, acobardados e hipócritas, y todos parecían resultado de una intriga de siglos contra el justo juicio, el pensamiento y la inocencia. No más asombrado y sin esquemas vitales hubiera quedado un griego ante un lama de novecientos años que yo ante aquella gente.

De no descubrir la luz de la Hélade, y el camino que conducía a la continuidad con mi estirpe, como quien descubre el dulce consuelo que la sinrazón da a la desesperanza, en defensa del organismo atormentado, el mismo Esquilo, tan terrible, hubiera carecido de pluma, inspiración y ánimo para narrar mi tragedia y hacer sufrir a los espectadores. Tampoco habría sido capaz de soportar la vida, así de vacío, aislado y sin entusiasmo ni alegría existiendo.

¿Qué podía ser yo sino griego?

¿Hubiera podido, acaso, convivir con señoritos feudales, que valoraban su nobleza por el número de fanegas y abanicos decimonónicos de sus venerables abuelas? ¿Y con caballeros al modo hanseático y comercial, que sentían cotidiano contento de descubrirse y palparse elegantes y nada inseguros? ¿Y con sus hermanas, primos, cuñados y suegros burgueses?

¿Hubiera podido experimentarme tan espiritual como esos hombres, y pedir y obtener un director de conciencias de la Compañía de Jesús? ¿Y opositar con porfiado tesón a opulento y santo, diciendo con voz aflautada: Padre Solís, padre Solís, elijo la carrera más gananciosa y la virtud más difícil de entre las estatuidas? ¿Y pertenecer a sectas de patanes empeñados en conquistar el poder y la riqueza de la Tierra, invocando la obra de Dios?

¿Hubiera podido dejar de cumplir y defender los preceptos que se deducen del razonamiento correcto, anteponer la pasión al juicio, torcer el cuello y hacer de la Divinidad guardián de mis intereses y conveniencias? ¿Y colaborar en el envilecimiento del hombre, ignorando a la persona? ¿Y disfrutar el jolgorio de ejercer la dádiva en nombre del asco, del desprecio irremediable, de la lástima y de un futuro cielo continuador de la apipada vida presente?

¿Hubiera podido matar toda espontaneidad, candor y reflexión, untar mi frente de ceniza, embutirme sayo oficial, y, así de truhán, solicitar de lo estatuido? ¿Y arrimarme al poder para sustanciar ansias de placer y mando, dando satisfacciones a lo que se llama individualidad? ¿Y sentar plaza de nigromante y mágico, siempre con el vocablo a punto para adular al que gobierna y ofender al que obedece?

¿Hubiera podido, más modestamente, llamar excelentísima señora a una vieja marquesa, e ilustrísimo a un necio, mientras doblaba el espinazo de humilde pretendiente, traicionando así a todos los inocentes, a todos los pobres y a todos los que sufren sin esperanza? ¿Y sostener que es bueno y verdadero lo que resulta malo y falso?

¿Hubiera podido, en fin, ser miembro permanente y numerario de esta sociedad de delirio, mueca y mofa?

¿Qué podía ser yo, sino griego?

2 comentarios:

  1. Anónimo9:21 p. m.

    ¡ Por favor, un momento, que quiero hacer un comento !
    Hermosa web, sustancioso contenido
    Constante fluir de un verbo amigo
    Me asomo a este sitio
    Me atrae, me asombra
    Su autor tiene enganche
    Su autor cuenta cosas
    Siempre te deja un poso
    De mi jardín para ti las primeras rosas.

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Hay algo que se llama libertad, y que debes ejercer libremente. Así que distingue bien entre las ideas, los sentimientos, las pasiones, la razones y similares. No son respetables; pero cuida, que detrás hay personas. Y las personas, "per se", es lo único que se respeta en este lugar. Muy agradecido y mucha salud. Que no te canse.