13 de agosto de 2008

UNA SUPERSTICIÓN RAZONABLE, SI GUSTÁIS



Para Antonio Fuentes,
del pueblo

Dado el carácter de este trabajo, de tipo divulgativo, prescindo de aparato crítico y de las apoyaturas científicas al uso en toda tarea de investigación etnológica o de cultura popular. De esta manera lo redactaré dando la precisa y mínima información y yendo al meollo de este asunto curioso que no dudo será del interés de muchos y curiosidad de no pocos, que espero vean la punta del iceberg para una autoreflexión sobre nosotros mismos y nuestras manías, creencias y supersticiones, que son el desván trastero de nuestra historia social.
Bien dicen aquellos de que mejor es no buscar sino encontrarse. Esto me ha ocurrido a mí hace unos años, con la explicación de la superstición llerenense de la que trato. Sin saber cómo me fui encontrando su explicación o, a lo menos, una explicación que no carece de una cierta lógica convincente, si es que hay alguna.
Sabido es que la mayoría de las supersticiones de tipo popular son, desde la óptica del hombre presuntamente civilizado y moderno, absurdas, carentes de sentido. Así pensamos que vamos a tener mala suerte si vemos un gato negro, poner un hilo de algodón en la frente de los niños, para que se les quite el hipo, previo ensalivado, creer que dar vueltas a un paraguas es malo o que si se rompe un espejo en casa ha entrado la mala suerte, que se remedia tirando inmediatamente un vaso de agua a la calle, son otras tantas creencias de las que hacen gala nuestras gentes en Extremadura, y que también forman parte de la llamada cultura del pueblo. No pretende este trabajo poner en entredicho tales creencias con las soflamas de la progresía descreída que aulla ante el televisor si juega su equipo favorito, y que desde una visión no mágica del mundo, carece de sentido. Pretendo sentar la tesis de que esas supersticiones, algunas, tienen explicación desde posiciones históricas, sociales, políticas y religiosas determinadas. El trabajo de explicación de algunas es difícil. Sin embargo el de otras no lo es tanto y la mayoría se desvelan, poco a poco, al paciente observador y estudioso.
Existe una creencia supersticiosa en Llerena que no está extendida por el común de las gentes. Pero sí está fuertemente enraizada en algunas familias y, por los informantes, o personas que nos la han transmitido y donde la hemos recogido se podría decir que esta circunscrita a un barrio concreto, y que, curiosamente está donde se supone existía la aljama judía de Llerena. Porque, llegados a este punto, hemos de decir que Llerena para nosotros no son sólo los hombres y mujeres que la habitan y los edificios que los cobijan, sino una comunidad que se extiende en el tiempo -pasado y futuro-, esto es, asumimos afectivamente su historia.
Pasemos ahora a exponer la superstición. Resulta que se tiene la creencia de que si alguien, al cortarse las uñas o el pelo, los arroja al brasero o a una candela, la gente opina que es malo, que algo malo le ocurrirá a esa persona que hace eso, a su familia o a algún allegado. Que una terrible desgracia se cernirá sobre ella. Alguna variante opina que si una persona hace esto se volverá loco. La mayoría de nuestros informantes tiene una creencia ciega en ésto, cuyos nombres callamos, por comprensible prudencia, que llegan a enfados serios al tomarse alguien esto a pitorreo. Ya tenemos la creencia, la superstición, la explicación de como ocasiona un mal si transgredimos una prohibición de quemar uñas y pelos.
Ahora expondremos su explicación posible e insólita. Sabido es que en Llerena tuvo asentamiento una comunidad judía, floreciente sobre todo en la primera mitad del lo XV. Se ha hablado poco de esto, por los eruditos locales, y existe una documentación amplia sobre ello que merecería la pena desempolvar, que va desde archivos hasta dichos y leyendas de corte literario. Para informar, siquiera brevemente, remitiremos, al lector, a algunos datos. Amador de los Ríos documenta en su Historia social, política y religiosa de los judíos de España, unos datos sobre la aljama de Llerena, y los tributos que pagaba al rey, en tiempos de Enrique IV, que eran cuantiosos en relación con los de la época. En Llerena, y por un llerenense, judío de raza y converso al cristianismo, se escribió uno de primeros tratados antijudíos sistemáticos a finales del siglo XV, que en breve se publicará, el Alborayko. Según cuenta el romancero, una judía de Llerena amamantó al que, con el tiempo, fue abuelo de Fernando el Católico. La Inquisición nos da un muestreo bien claro de la presencia de judeoconversos en los siglos sucesivos, hasta que a principios del siglo XIX aparece un curioso romance de ciegos, que tiene a Llerena y sus gentes de raza judaica como protagonistas (lo reproduce Víctor Chamorro en su Historia de Extremadura, I). Romance que transcurre en nuestra ciudad. A donde -cuenta- llegan unos judíos de Portugal y se instalan, ocultando su personalidad, y se ponen en relación con otros judíos de tapadillo que, desde siglos, viven en la población y, confabulados, secuestran a un niño, a una mujer y a un cura y deciden crucificarlos el viernes santo. Entonces el cura escapa, de forma rocambolesca, avisa a los inquisidores y autoridades, y todos los judiazos van a prisión y son castigados. Y para rematar, otro dato: En una guía de la España judía, editada hace dos años escasos por la Secretaria General de Turismo viene un mapa de la península, con las aljamas más importantes antes de la expulsión de los hebreos. Éstas no llegan a cuarenta y la de LIerena es una de ellas, junto a Toledo, Tudela, Gerona, Lucena, etc.
Hecha esa breve exposición, necesaria, vayamos al corazón del asunto de nuestra superstición. Resulta que si leemos el Antiguo Testamento, y concretamente el Levítico, que es un texto legislativo sobre el comportamiento que debe observar la tribu de Leví y, en general, el comportamiento que debe guiar el ritual del pueblo hebreo. Allí se especifica que si uno se corta el pelo y las uñas debe purificarlos ritualmente, con los correspondientes rezos, en un brasero que sirva al efecto. Esta práctica aparece también a largo de toda la Biblia. Así tenemos que quemar ritualmente uñas y pelos en braseros es una práctica de identidad judía.
Por otro lado existe un curioso tratado escrito por Nicolás Eymeric, El Manual de los Inquisidores, compuesto en 1358, en el que se exponen las artes por las que se deben guiar los inquisidores en sus pesquisas, investigaciones, comportamientos, torturas… En definitiva, es un manifiesto escrito del combate que, desde tiempos inmemoriales, libra la legalidad contra el ejercicio de la libertad de ser y de pensar, o simplemente de existir. Este manual se basa en hacer de un inocente un culpable, que aún es un arte actual. Fue utilizado hasta para la formación de la Gestapo y las SS en la Alemania nazi. Pues bien, en este tratado hay un apartado en el que se exponen una serie de indicios para conocer aquellos que observan la Ley de Moisés, y en toda la retahíla nos encontramos: ...cortándose las uñas y la punta de cabellos guardándolos o quemándolas con oraciones judaicas.
Supongo que ya que el avispado lector habrá entendido el porqué las gentes, algunas gentes de Llerena, siguen creyendo que echar uñas y pelos en el brasero o en la candela es malo. Sencillamente porque era un indicio para conocer si uno/a era judío y eso era peligrosísimo en la España imperial, desde la expulsión del pueblo hebreo de la península en 1492. Ese miedo quedó profundamente gravado en la memoria colectiva, y la razón, la causa profunda de esa prohibición de quemar uñas y pelos quedó acuñada, recogida en una superstición más, de esas tan absurdas e ilógicas que el pueblo respeta con devoción y magia. En este caso parece extraordinario que haya sobrevivido hasta nuestros días. Es prueba, bien palpable, del miedo general, del estado mental de prohibiciones que el poder, todo poder siempre, y en este caso el poder político-religioso, impone.
Claro que era malo que vieran a uno echar pelos y uñas en el brasero, es que podían acusarlo de judío de tapadillo y dar con el resto del cuerpo en la hoguera si se levantaban con mal pie los del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición y toda la caterva de familiares que estaban al husmeo de que se cumpliera la costumbre…
La pervivencia de esta superstición, que tiene la posible explicación que brevemente y provisionalmente hemos dado, nos atreve a decir que la historia la heredamos socialmente y somos portadores de hechos en lo más recóndito de nuestra cultura, en nuestro lenguaje y, en este caso, en nuestras supersticiones que pueden dar mucha luz sobre comportamientos mentales y sociales. Es portadora de raíces profundas de autoconocimiento. Y al hablar de cultura popular no me refiero a la simplonería de que es la que hacemos todos, sino a la que hacen los individuos, en coincidencia con los otros, no codificada ni instrumentalizada, que va desde los romances, refranero, costumbres, manías, supersticiones, hablas, religiosidad, artesanías, etc.Y no a esa cultura popular que venden ciertos izquierdosillos que más parece populacherismo barato. La cultura popular de la que hablo, hoy por hoy, es de élites. Lo otro es masa, chusma de consumo, de toma y daca. La comedia e finita.

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