8 de mayo de 2007

POETA EN LLERENA, 4

CATALINO CLARO RAMÍREZ

Aunque su nombre real fue el de Vicente Lozano Ramírez, nacido en la plazuela del Teatro Santa Isabel, de nuestra noble, leal y antigua ciudad de Llerena, este poeta lo fue, con ese sonoro nombre, en loor a otra persona que dedicó al arte poético no menos desvelos: la ínclita poeta barroca Catalina Clara Ramírez de Guzmán. A la cual, a la sazón, se le dedicó un busto en la mencionada plaza. Casualidades de la vida literaria, claro es.
Lector asiduo de la obra de la poetisa del siglo XVII. Extrajo, de esas lecturas iniciales, el tono zumbón y burlesco, un tanto libertario, de la vida asidua y provinciana, a veces con ribetes de cutre y cotidianidad. Pero Catalino Claro fue más allá y, a veces, se pasó en sus sátiras, lo que le enemistó con la jerarquía local, en todos los ámbitos, poco proclive a que se burlen, ni aún en broma. Tampoco en carnavales. Y no sólo de esa jerarquía sino de algunos prohombres de la localidad, muy pagados de sí, soberbios y altaneros, que por estar en posesión de un apellido de los que tienen (bienes) o han viajado un poco, o poseen algún estudio de los útiles, o carguillo con don de gentes, se creen con derecho a gobernar y mandar en exclusiva, en ámbitos creativos y culturales donde realmente sobran, máximo en los literarios. Pero de todo ha de haber en la viña y bodega del señor. Que de eso sabía muchísimo nuestro hombre, y también, en otra época (siglo XIX) monsieur Flaubert, estudioso de los atavismos provincianos.
Bien es cierto que pronto marchó de Llerena. Residió durante muchos años en diversos lugares de toda Europa. Sobre todo en Roma y Lisboa, en donde, en 1986 escribió el prólogo de la novela de éste que hace esta reseña, Reverte metamorfoseado, según puede comprobar cualquiera.
En su obra se interesa por dos temáticas de la poesía, que cultivó con esmero: la erótica y la satírica. Ambas sólo le granjearon desdichas, enfrentamientos y la incomprensión de una sociedad trasnochada, carca, antigua y tocinera. Sobre todo porque se empeñaba en difundirla en la España de los años cincuenta y sesenta, y en zonas como su lugar natal, claro. Que no otro fue su error. También fue poeta que navegó en las procelosas aguas del experimentalismo artístico, elaborando una teoría sobre el lenguaje, y la lengua en particular, en la que basó una poética que dio desarrollo a dos poemarios: Todo y Palabra. Asimismo realizó poemas visuales, que tuvieron eco internacional, poemas sonoros o acústicos, poemas olfativos, poemas táctiles y los tan famosos poemas del gusto, que dispensaba en el café-restaurante de su propiedad, en un tiempo que residió en Palma de Mallorca.
El poemario Palabra lo conforman 29 poemas, que nuestro hombre llamó con las diferentes letras del alfabeto en español. Cada poema lo basa en lo que entendió por una palabra, sólo. Basado en que el concepto que se tiene de la palabra es pura convención, pura teoría, y que los límites los pone el hablante, o, en su caso, el que usa la lengua como materia poética, o materia simplemente. Así el poemario está formado por 29 palabras, por supuesto larguísimas. Son poemas de factura densa y de profundidades complejas, no exentos de un ritmo verbal subyugante, conseguido por el dominio del ritmo y sonoridad del castellano, que entendía como pocos. Tal vez por sus soledades con otros idiomas de los países por donde anduvo. El idioma fue siempre para él su tabla de flotación, su patria como en otros poetas del siglo veinte, reseñados aquí, y de Llerena. Palabra no deja de recordar trabajos poéticos de la índole del último Juan Ramón Jiménez, en Espacio, por ejemplo, o a un Saint John Perse en Anábasis, con esos aires de cotidianidad mítica, universalidad cultural inmensamente abierta y total libertad creativa, de espacios y tiempos.
Gustaba mucho, nuestro poeta, de la lectura del Ulyses, de James Joyce, a la que tildaba de enrevesada novela, que le entretenía y era su goce, no esas historias de verdades que tratan de contar ciertos plumíferos, sin ingenio ni creatividad, que espían lo que llaman realidad y tratan de reproducirla con fruición enfermiza, para entretenimiento de tontos y de aburridos, que no requieren el mínimo esfuerzo mental y provocan la indigencia y la estupidez de los consumidores de historietas chabacanas, cuando no necias, -según dice en uno de sus originales ensayos-.
El poemario Todo lo fue elaborando a lo largo de su vida, y no tiene parangón en la literatura castellana. Si acaso se puede –remotamente- poner en contexto con el Cancionero de Miguel de Unamuno, obra poco conocida y póstuma. Constituye un cajón de sastre de la poesía, y al mismo tiempo, un diario poético, ya que los poemas se organizan por la fecha. Fue publicado en un volumen de 500 páginas y en una edición de 200 ejemplares con múltiples erratas. El autor destruyó casi todos y volvió a sacarlo enmendado. Conservamos ejemplares de las dos ediciones.
Pero lo que interesa es su poesía satírica. Sobre todo el dominio que tenía de una forma poética, que convierte en especialmente satírica, como es la décima, tan útil para el ingenio verbal, de ideas y para el relumbrón y el jolgorio. Inventó la trécima, que son tres décimas encadenadas y continuas.
Otro día volveremos sobre los ricos matices de su poesía erótica e incluso pornográfica, que depende de los lectores que la consideren. Era buen conocedor de la riquísima tradición de este tipo de escritura en castellano: desde las coplas medievales que cuajan en el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, del que poseía la famosa edición hecha en Londres, en el siglo XIX, hasta la poesía francesa de esta temática de los años setenta del pasado siglo XX.
Como ensayista y estudioso, recordemos de él el estudio preliminar y edición crítica de las Poesías de Catalina Clara Ramírez de Guzmán, que publicó el Servicio de Publicaciones de la Universidad de San Francisco, en colaboración con una profesora del citado centro norteamericano; y el ensayo sobre la obra, vida y otros milagros de la poetisa Catalina Clara, con el título Catalina Clara o las trampas de la inteligencia irónica. Un rotundo y contundente ensayo, de más de 500 páginas, sobre una mente barroca, en todos sus gloriosos sentidos (humor, desengaño, romanticismo avant la lètre, sentido laico de la existencia, feminismo radical…), como lo fue la de una mujer llerenense en la Llerena del siglo XVII. En esa línea llegó incluso a poner música a muchas de las composiciones de la mencionada poetisa, ya que Vicente Lozano Ramírez toca la guitarra con más que soltura, y compone con cierto ingenio, no en vano es buen conocedor de la música barroca española como pocos.
Reproducimos una serie de décimas burlescas, que, de alguna manera, nos descubren aspectos parciales de este poeta llerenense, como otros injustamente desconocidos, si es que alguna vez le importó serlo, y de una calidad incuestionable. Enriquecemos así esta galería de llerenenses de ingenio y creatividad, marginados por la desidia, la envidia y los malos demonios de esta tierra nuestra con los más valiosos de sus hijos. De nada sirve lamentarse pues es como sembrar en el mar o regar el polo norte. Poco a poco se irá acudiendo a leer sus obras, que preparamos en una antología consultada de poetas de Llerena en el siglo XX y XXI. Estarán todos los que son, y serán todos los que están. Eso seguro.
Hablamos de él en pasado no porque su fallecimiento se haya producido, sino porque, ya mayor, vive apartado del mundanal ruido, en compañía de la que es su compañera en algún lugar agradable al norte de la península: verde, respetuoso con las diferencias, ameno, sin las gentes provincianas, engreídas, ignaras y soberbias, que fueron las que le molestaron, no más que moscas –esa es la verdad- cuando estuvo en su Llerena natal. Por respeto a su deseo no mencionamos el lugar de su retiro, donde, a buen seguro, sigue creando o creyendo que lo que creó es siempre provisional, síntesis imperfecta y perfectamente perfectible. Con ese perfeccionismo enfermizo de los genios.
De la faceta de su poesía erótica otro día expondremos aquí un breve estudio de la enorme creatividad, de la suprema originalidad y de la cantidad, no parca, de la misma. A la que acompañaremos de una serie de dibujos y reproducción de pinturas, de los que es asimismo autor, paralela a la misma.

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