27 de agosto de 2013

POETA RUINA




Cuando las ganas de joder aprietan
ni los culos de los muertos se respetan
Dicho mu popular



Todavía recuerdo a aquel tipo que, en los aledaños a la única librería, en el Paseo Independencia, en Zaragoza, lugar muy agradable de paso y paseo para toda la ciudadanía de esa ciudad, con pinta de semimendigo o jipi, en edad de merecer, ojos ardorosos y mirada atrayente, más que atractiva, labios de fresa, ardor guerrero. Cierto deje enfermizo de nene con falta de mami y voz melosa y varonil. Abordaba a los transeúntes, con alguna fotocopia, o similar, en la mano, y con voz muy estudiada preguntaba, untuoso, ¿te gusta la poesía? Como una salmodia, una letanía sabida eficaz como letal, como una monódica prédica que a veces me encantaba seguir oyendo, a medida que me alejaba del lugar de los hechos. En invierno colgaba gabardina gastada sobre la percha alta y garbosa de su cuerpo. Era, cómo no, andaluz de pura cepa. Aunque no le salía el acento sino de tarde en tarde, ya que en Jaén se estila poco eso.


Alguna vez fui el objeto de esa pregunta, al acercarme por el lugar de su preferida estancia, justo a la entrada de la librería y, evidentemente, haciéndome el remolón, para que me la hiciera; pero cuando me dediqué a observar el fenómeno -lo hice años- me di cuenta que los sujetos de su preferencia eran mujeres, y a ser posible de buen ver y estar, a simple vista, y con aires de estudiantas o intelectualas, o sensiblas a un cierto mundo de ellas, que adora la poesía y sus agasajos, tasajos y demás manducas.

Así que, utilizando mis artes, me hice con la confianza del sujeto y me largó toda la verdad de aquello que llevaba años viviendo.  Sin oficio ni beneficio y muy hambriento de hembras, que el ocio saca eso a flote inmediatamente, y como prosapia de la más estricta y avezada picaresca española de fondo, era su forma de limosnear y de vivir, de usar la poesía para trinques, ligues, o lo que fuera que le solucionara sus necesidades, o sea, un auténtico poeta profesional de tomo y lomo, y tomaba lomo, eso fijo. Que la hambre hace milagros, amigos. Sea de pan, sea de hembras. Y si se unen las dos, pues entonces miel sobre hojuelas, que decían que dicen en algunas partes, como anuncio publicitario de las hojuelas o dulces de ese estilo.

Por lo general alguna dama siempre picaba, en el proceloso mar que constituía el Paseo Independencia, a ciertas horas y épocas del año. Y, estafada por la añagaza del poeta, se interesaba por su obra, que éste le alargaba en fotocopias, y alguna vez el librejo casi artesano, que no eran sino tonterías mu malas y esperadas, referidas a lo sentimental, el amor como estafa, mentira, romanticismos de revistas, teles, novelas, costumbres y todo ese tema abotargante que me usan los poetas sin oficio ni verdad, bondad ni bellezas, que son los más o casi tos. Y el sujeto poeta no era memo, y sabía darle coba necesaria con buenos retoques de una cultura general nada desdeñable, y que sabía de James Joyce o de Gracián, o de Elias Canetti, cuando no de cualquier chufla de moda, entre la lectura predilecta de ellas, que son las que más leen, no mejores. Alguna vez, tomada confianza con el tipo pillabichos, se lo hice saber, que sus poemas eran muy malos, rotundamente románticos de baba, a lo demente y campoamoriano. Como lo pillé en estado de ser sensato y cabal, y mi aserto fue contundente, no me lo negó. Pero inmediatamente me reconvino de que aquella tarde partía con una su novia a pasar un jolgorio vacacional. Y que para eso su poesía era la reostia de buena. En manera alguna lo niego. Precisamente escribo esta historia, este relato, con tintes epopéyicos, sobre la muerte de la poesía, en aras a la utilidad del bajo y alto vientre.

Incluso me contaba como había estado enrollao con cinco tías al tiempo. Durante meses, supongo, que en orgías poéticas descocadas, trascurrirían en el piso de estudiantas que le participaban, y que lo tenían como semental o consuelo, a lo que supe, aparte de darle techo y cama, claro. Pues me insistía bastante en eso del harén romántico tipo moranko y moderno, que él -evidentemente- no llamaba así, sino que se lo hacía yo, y que no le gustaba mi falta de aprecio o racismo -decía el pobrete- por los morankos. Y me reconvenía que con esos pensamientos y creencias no ligaría nunca nada. Le perdonaba su perorata y pasaba como pobriño que no come nada de na. Y le daba bola y me empapaba, como si fuera un entomólogo obseso, que lo mismo hasta lo soy, de to lo suyo, no ya real, sino imaginario, que para mí era lo mejor. Lo imaginario en aquel tipo superaba su realidad con mucho. Y que eso le era suficiente hasta para vivir bien: comida, cama, ducha...

Tengo bastantes apuntes de peripecias, que llegó a confesarme, sobre sus truhanerías de poeta/ruina, sobre to con damitas, señoras y madames bobarys diversas, cuando no anitas ozores. ¡¡Ay Madame Bobary o La Regenta!!

Pa una novela, me decía yo entonces, o pa toa una serie de la picaresca poética, o que usa la poesía como pantalla, estafa, pamema y engaño para otros usos e intenciones industriales,personales, necesidades, auspicios... Muy al conjunto de todo lo verdadero, bueno y bello, que usan esto que llaman sociedad normal, sometida al mercadeo, la capitalización y el dominio.

Estoy seguro que alguna de las damas, usuarias del poeta de marras, quedó satisfecha de sus servicios poéticos. O simplemente que lo usaban como puto barato, o como clinex; pero me consta que no pocas sufrieron daños irreparables de la carroña de su ser; pero eran mayorcitas y víctimas del hambre. Tanto del poeta como de las servidas por él.

Pocos sospecharon todo esto. Del modus vivendi, que narro del poeta inocente, que te preguntaba con candor: ¿te gusta la poesía?, para luego trabar confianza y amistad y lo que fuera. ¡¡Sarna con gustito no pica!!

Así que todo se desarrolla, al pormenor y sus filosofías, en esta narración que presentamos. Como lo que llaman vida misma y sus grietas, aprietos, resquicios, verdades, mentiras, invenciones y toda ella bullente. Y que llamamos Poeta Ruina. Sin más ni menos.



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