17 de febrero de 2013

EL POETA



Recuerdos de la infancia y los inicios adolescentes. Un cole de pago en el que está con beca de un patronato, porque es buen estudiante y espabilao, aunque está mu verde, como le dijo don Isidoro a mi padre y su amigo. Que sino, jamás. Nieto de represaliados y asesinados por el movimiento nacional. Biznieto del humo, como bien dijo César Vallejo, poeta cumbre cuya obra llegó a conocer bien mucho después. Años después.


Todavía lo recuerda como algo de otro. Como si fuera la historia de otra persona. Era un chavea de poco más de once años: flaco, con pinta de triste y cara de tonto. Según le decían los listillos que siempre fueron.

Escribía poemas en un cuaderno de aquellos de espiral, con tapas verdes duras de cartón. Y tamaño cuartilla. Iba juntando los poemas uno a otro, con la fascinación de los poemas de Lorca. No pocos a ese calor escritos. Y muchos releyendo cancioneros populares y, sobre todo, el romancero. Aunque un verano confiesa haber leído la obra completa de los hermanos Quintero, que estaba en la biblioteca pública municipal. Algo grande. Y ese verano también cayó El Persiles, de Cervantes, en edición del siglo XIX. 

En cada aula del cole, y por espacio de una semana, o quince días, un equipo de alumnos se encargaba de montar lo que se llamaba el mural. Que era como una pizarra de corcho, colgada a un lateral de la clase, sobre la que se pinchaban, con chinchetas: fotos, resultados deportivos, noticias del cole, del aula, algún artículo recortado de un periódico o revista... Podría ser una mezcla de dazibao y cartelón de anuncios, pues estos últimos también se ponían. Una de las secciones era el apartado poético. 

Así que cuando uno cambió de la plaza de Cervantes a la calle Concepción, las dos sedes del cole, a uno se le ocurrió dar a un compañero un poema de aquellos. Porque el compañero, mayor que uno, se sentaba a su lado en las dos horas de estudio verpertino y le diqueló el montón de poemas en el cuaderno verde de tapas duras... Gustó mucho y ya, durante los cuatro años del bachillerato elemental, todo fue dar poemas pal rincón de las letras de todas las aulas del centro, de casi todos los murales del cole. Con lo que fui motejado, a mi pesar y sin mi anuencia, con el apodo de El Poeta. El Poeta parriba, El Poeta pabajo. Y que conste que no pocos poemas no los firmaba con mi nombre. Asimismo como que un buen puñado de composiciones los entregué como romances populares o tradicionales, especialmente la versión del de la loba parda, totalmente recogido en Llerena, de fuente popular, y de mi amigo Luis, y otras composiciones de conocidos autores clásicos. Incluso me inventé dos romances que endilgué  a don Federico García Lorca, y no pocas composiciones de Machado, cuyo estilo llegué a dominar fácilmente. Y como eran de lectura obligada y devoción suprema, pos el estilo se pegaba con facilidad y era simple y muy facilito... Todo era puesto a la lectura pública en aquellos murales. Incluso puedo decir, sin sonrojos, que alguna vez me pagaron hasta un duro por poema. Sobre todo si era de Machado o Lorca o algún famoso como Quevedo.

Pero no crean que llevaba con orgullo el remoquete de El Poeta. Pues los más que me lo echaban encima, o era como insulto o lo hacían con suprema burla de listillos y mozangones que se cachondeaban, así, de una asignatura -usándome de payaso de  las bofetadas- como era lengua y literatura. Así que en los años finales tomé la estrategia de no responder, cuando alguien me apelaba como El Poeta. El Poeta no soy yo. Que con la ayuda de algún que otro profesor, que se mostraba sorprendido, de que me llamaran así, pues consideraba loable que alguien se motejara poeta, se fue olvidando. Poco a poco, iba recuperando mi verdadero nombre, hasta el día de hoy, en que estimo que lo tengo recuperado del todo. Aunque no deja de asombrarme que todavía, alguna vez por esos mundos, si la casualidad hace que me encuentre a alguien, que estuvo por el cole, en esos años lejanos, sobre todo si fue interno, me llame o recuerde -ahora con cariño- que uno era o fue o me llamaban, apodaban o motejaban como El Poeta. Para no pocos algo muy vergonzoso todavía.


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