26 de febrero de 2013

BIBLIOTECA





Hubo un niño a quien sus padres, 
con la mejor voluntad, lo pusieron 
en un cesto de mimbres a orillas del 
río Nilo deseándole buena suerte. 
Tanta tuvo que una hija del faraón 
lo sacó de las aguas y lo adoptó 
con el nombre de Moisés.

Gregorio Salvador, Juan R. Lodares
Historia de las letras

Pese a todo se pudo pasar por la escuela, como se pudo pasar por el estamento militar e incluso la cárcel o el hospital o la salud. Pese a todo algo bueno inunda siempre al hombre. Algo lo incendia, enciende y le da vida en esos sitios y pasos. Y quiero referir hoy que no tuve la suerte de tener tutor o de asistir o ser asistido a la escuela antigua. Sino que fui a un colegio privado, tras dos años en la pública. En ese colegio privado la disciplina era intensa, las costumbres certeras y el orden impoluto. Lo cual tampoco dice mal de institución ninguna. La disciplina, la costumbre y el orden son usos muy liberadores también.
Pues bien, una de las costumbres de aquel colegio era la de la obligación de asistir a misa los domingos y fiestas de guardar. Obligación que uno no cumplía, por lo común. De manera que durante la semana sufría castigos que consistían en que, si salía del colegio a la una, y tenía que volver a las cuatro, pues estaba una hora retenido. Y, al domingo siguiente, cuando se formaban filas, se iba nombrando a los no asistentes a la misa anterior, y todo el domingo lo pasábamos en el colegio. Eso si iba. Si no iba, alguien del colegio iba a buscarme a mi casa.  De manera que se dejaba claro que el castigo era estar en el colegio. El castigo consistía en robarte tu tiempo de asueto y lejos del entorno escolarEl lugar general para el castigo era la biblioteca del centro. En donde uno debía estar, como mínimo, sentado y callado. A mí aquello no me preocupaba nada. Viéndome en un sitio con libros, estaba contento. Pese al significado que me tenían los libros, como ya he contado... O como ocurre ahora en mi vida, condenado a estar en mi biblioteca. Gustosamente, desde luego. O como en otras épocas, que los libros me han hecho libre y suficiente ante ese terror del exterior y de los otros, que los usan y utilizan, y sólo ven en ellos utilidades sanchescas. No ven vida y paraísos y glorias y una alta realización del ser humano libre y solidario.
Así que me pasé casi dos terceras partes de los días de misa, de aquellos cuatro años del bachillerato elemental, en la biblioteca. Como si ratón de la misma fuera y, sobre todo, gato. Nunca perro. Y a mucha honra. 
Otra cosa eran los ejercicios espirituales. Que incrementaban grandemente mi favor por la huida al paraíso de la biblioteca. Y la biblioteca de la que hablo no era gran cosa. Aunque para mí entonces era todo, y tenía algo que me fascinaba. Una colección completa de libros de aventuras y similares, editados por Bruguera, que en una página se narraba en cómic la historia, y en la otra en texto. Así leí lo más importante de Julio Verne y de otros grandes escritores de aventuras o clásicos españoles, europeos... Pues yo venía del cómic como lector. En Llerena a los cómic los llamábamos cuentos, los cuentos, a veces tebeos y había una nutrida tropa de usuarios que practicábamos el préstamo y el intercambio.
Así que creo que incluso yo mismo provocaba el castigo de estar los domingos y fiestas de guardar en la biblioteca del colegio. Me encantaba. Desde cogerme un tocho, de aquellos gordos del Espasa, y leer algo que me asombrara y elevara mi imaginación y huyera, de alguna forma, a otras esferas de la vida real que vivía por dentro, hasta leerme en un día novelas de Julio Verne.  De aquellos cuatro cursos de encierros dominicales en la biblioteca, casi todos, creo, que me nació la pasión por la lectura todoterreno. Asimismo queda esto reforzado con la semana, por curso, en que teníamos ejercicios espirituales, como ya tengo escrito. Y como una hora era de charla del padre jesuíta y otra de descanso, me pasaba la hora de charla elucubrando cómo continuaría la historia o la lectura que dejé. De manera que los intentos del padre por aleccionarnos en el repaso de nuestra vida, me causaba pocos efectos; salvo en ocasiones en que la retórica me atraía por su especial eficacia y calidad literaria. De esto recuerdo a un padre, tocado con un birrete jesuítico, que describió tan admirablemente el infierno y un infierno tan real, que uno tenía ganas de conocerlo en directo a ver si era verdad. Luego la vida hizo ver que el infierno era otra cosa mariposa. Y que lo del padre era mera literatura de mucha calidad. 
Y por todo eso saco la consecuencia de que en la situación más lamentable y difícil, cada uno busca su biblioteca, para ser feliz. Y que esa biblioteca determina la vida de cada quien, porque, en definitiva, está allí su felicidad personal, su territorio más recóndito, una cierta selva del animal de su propio ser. No es raro que me llamara, algún crítico, animal literario. Así que no es extraño que ame libros y bibliotecas  en este sentido. Sin embargo jamas pisé una biblioteca pa estudiar. Eso me parece lamentable y chungo. Los años que pasé por la facultad jamás me vieron por la biblioteca para estudiar, nomás para consultas. Como es debido. Mi biblioteca está en mí. Las reales son castigos, refugios, consuelos, acogidas.


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