6 de noviembre de 2007

MENOSPRECIO DE CORTE...

Las grandes ciudades no me seducen por nada, ni algo o mucho. Maremagno de todo lo peor, imán para el cateto, para el palurdo, el ignaro, para paleto, patán, bobo, cerril. Las grandes ciudades no son modelo de nada, ni envidiables por nada. Eso lo tengo claro de siempre. Los posibles beneficios no existen más que en la publicidad. El tiempo, viviendo en ellas, se reduce lamentablemente, de forma que uno vive la décima parte de su vida cotidiana. El ruido, la mugre, la intranquilidad de imprevistos, la desconfianza de todo y de todos, la soledad… No, una gran ciudad, en estos tiempos, es un error y un horror, tal como te dirían los que las viven a diario. Y no me refiero a los poderosos, a los ricos, a esos pueblos llamados barrios de alto nivel, que se constituyen en las grandes ciudades, no. Que eso, a la postre son pueblitos, o ciudades pequeñas dentro del marasmo. Me refiero al conjunto, al magma, a la cochambre de la gran ciudad, a eso todo revuelto y hormigueado por autos y motores de explosión rugientes.

Desde casi siempre he podido elegir vivir en una gran ciudad o en un pueblo, o en lo que considero acertado, una población de unos cincuenta mil habitantes en España. Es a medida, lo justo para no llegar a la mentecatez de Madrid o a la mijita de una aldea. Aunque siempre es preferible la aldea. Y recuerdo mis lecturas del ensayo de Alonso de Guevara, ese sabio del XVI, que en tantas ediciones tengo, Menosprecio de corte, alabanza de aldea… Tal vez a algún ecologista le enseñe mucho. Al genial escritor gallego don Álvaro Cunqueiro le daba mucho juego y jugo, gallego como él, y pueblerinos de Mondoñedo ambos, y fóbico, Cunqueiro, de las grandes ciudades chusmosas. De tal manera que se fue del Madrid de posguerra civil abierta, a su Galicia rústica, cuando falsificó documentos sobre Quevedo, que los ofreció a personaje de la cuerda intelectual franquista, que preparaba biografía del poeta del XVII... Y creo que fue estratagema para huir de la villa y Corte, que aunque se fue a la misma para solucionar el hambre, prefería pasarla en su tierra rural... Pero otro día hablaré del fantástico escritor que es Cunqueiro, el pueblerino Cunqueiro, muchísimo mayor imaginativo que todos los escritores americanos de postín y mercado, y sin viajar por el mundo, como no fuere el gallego, que lo es todo, y , eso sí, leyendo leyendas inventadas, husmeando recovecos de la historia y la fantasía, y siempre jugando a vivir intensamente todas las vidas de todos y todo...

Por eso sorprende el reportaje de la hoja parroquial de la Extremadura oficial, el Hoy, referido a que algunos de sus pueblos tienen servicios de grandes ciudades… Mal debe estar la cosa. Que es como si yo tuviera servicio de cocina de gran restaurante en mi casa, y ollas grandotas, y cucharones… Que la estupidez no tiene límites. Lo lógico, lo razonable es que cada población resuelva sus problemas y tenga los servicios adecuados, necesarios y correctos a su medida. Todas sin exclusiones. Tomar como parámetro de solución la gran ciudad es no sólo error, sino horror calamitoso, repito, y no me excedo en convencer y razonar lo que salta a la vista. Alabarlo en reportaje periodístico es mentecatez palurda, e indicativo de que las inteligencias campan por su inexistencia, una pobre imagen de lo que es Extremadura, una falta absoluta de imaginación, una pobreza extrema, ¿secular de Extremadura?, una indigencia preocupante, o tal vez la muestra congrua de que esta tierra ha estado, está y estará gobernada por esas molleras huecas, faltas de personalidad propia, esclavas de sus destinos marcados por otros, no libres de influencias nefastas y con desatención a las necesidades reales de la gente, sin mimetismos catetos de pos nusotros más y mejón…, de lo mismo...

Y si consideramos que la Junta ha iniciado campañas para hacer atractiva la vida en poblaciones de esta tierra, en esta ruralidad, para gente que vive el agobio de grandes ciudades, o sea una inmigración al revés que en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, setenta, ochenta… La vuelta.

En fin, a qué seguir. A uno se le caen los palos del sombrajo si echa la vista en derredor, y tal vez el arrasamiento de lo humano que late en Nueva York, o la versatilidad de mezclas impersonales y anuladoras que yacen en Londres, confusa y confusión, o la vesania caótica de Roma, o el aldeanismo manchego y mayúsculo de Madrid, babeles al fin y a la postre, invivibles, sean más soportables que estos quieroynopuedo, y lo de quiero es tremendo, de los lugareños en Extremadura y sus valoraciones por los informadores que en ella pacen. A problemas y necesidades de pueblo, soluciones de pueblo.

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